Madrid. ¡Cómo has cambiado!
Esa es la sensación que tengo, pero, probablemente, el que he cambiado he sido yo en relación a Madrid y a la vida. Después de haber pasado ya hace tiempo unos cuantos años de trabajo, en un ritmo acelerado, uno se extraña al levantarse un domingo temprano y ver las calles de Malasaña, casi desiertas, sin ruido, con gente mayor en sus bancos, perros paseando con sus dueños y sintiendo, casi, que este espacio podría ser cualquier otra ciudad que un domingo cualquiera se muestra perezosa y cogida, todavía a las sábanas para desperezarse con tranquilidad.
Madrid, en este ritmo, permite, además, encuentros casuales que en otros espacios son más complicados. Puedes compartir mesa de al lado en Pepe Botella con Amaral como si fuera lo más natural del mundo, disfrutar en un café más que centenario de conexión a internet, visitar una librería a las 15:30 de un domingo antes de ir al cine e, incluso, encontrarte en la misma con otras personas de este mundo del libro que han podido hacer una escapada para ir al cine y "despistar" por un rato a la niña pequeña. Encontrarte en menos de 100 metros de una calle con tres restaurantes japonenes y disfrutar en uno de ellos de una agradable comida y mejor conversación y compañía. ¡Gracias a los que me invitaron!. Puedes, incluso quedar con gente de Bilbao y tomar el aperitivo a una hora temprana, antes del mediodía, todavía para no sufrir las aglomeraciones de la Feria del Libro.
Puedes y puedes.... Cuando estuve antes no podía hacer esto. Me pasaba el día corriendo. ¡Txetxu cómo has cambiado!
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